“Conóceme cual soy ¡Soy la verdad! Agua, tierra, llama, aire, éter, vida, mente, individualidad, esos ocho forman mi espectro actual y están suspendidos de mí, como cuelgan las perlas de su hilo”.
*Extraido del Mahabharata (una de las obras más universales e importantes del Hinduismo)
Hablar del agua es hablar de la historia de la humanidad ya que ha sido un elemento trascendental para su desarrollo y evolución. Como seres humanos, nos hemos pasado la vida entera recorriendo el mundo en busca de lugares donde hubiese agua para nuestro asentamiento y claros ejemplos los podemos encontrar si dirigimos nuestra mirada a tres de las grandes civilizaciones: Egipto, Mesopotamia o el Valle del Indo que crecieron cerca de grandes ríos. La primera a orillas del enigmático Nilo, la segunda entre el Tigris y el Éufrates y la tercera, bajo el cobijo y la protección del Río Indo o Indus. Todas ellas establecieron una relación de profundo respeto hacia sus aguas, convertidas en símbolo de fertilidad, pues fueron conscientes de que había que cuidar la fuente primordial de vida, entendida como un lugar sagrado desde donde brotaban y después regresaban, en un ir y devenir constante, todas las cosas.
En el mundo bereber, los habitantes de los desiertos sabían (y saben) de la importancia de la creación de los Oasis no sólo para abastecerse de agua sino como un lugar de reposo o descanso, de encuentro y profunda calma. Allí, el fluir del agua les conducía a una relajación física y espiritual, a un reencuentro con sí mismos. En España, con la llegada de la rica cultura andalusí, los árabes inundaron estas tierras de numerosos estanques, albercas, jardines y hammams, que permanecen y se siguen utilizando, a día de hoy, demostrando su admiración hacia la rica cultura del agua.
Hace casi 2500 años, el filósofo griego Tales de Mileto hizo la siguiente afirmación:
“El agua es la causa material de todas las cosas”. Algo nada exagerado si tenemos en cuenta su presencia, en proporciones importantes, en la totalidad del Universo: el 70% de nuestro planeta está compuesto por agua, el ser humano contiene un 75% de agua, nuestro cerebro presenta la misma proporción e incluso un bebé está formado por casi un 95% de agua. Esa cantidad de agua, presente en nuestros cuerpos, revela la cantidad de agua existente en la Tierra de tal manera que podemos decir que, en realidad, somos criaturas de agua viviendo en un planeta de agua.
Si, ya se que no cuento nada nuevo o revelador pero en muchas ocasiones es necesario repetir, volver a leer y escuchar determinadas veces para tomar consciencia y cierta perspectiva respecto al curso que sigue nuestra vida, nuestras acciones y sus consecuencias.
En la actualidad, estamos tan “acostumbrados” a su presencia que, precisamente por ese motivo, hemos dejado de prestarle la atención necesaria, no la valoramos como se merece, olvidando además que más 500.000 millones de personas carecen de acceso al agua potable. Una escandalosa cifra que, si no apostamos por una educación sostenible, se duplicará en los próximos 15 o 20 años. Por tanto, todos los habitantes de la Tierra nos enfrentamos al grave problema que supone la disminución de la calidad del agua por un mal e indebido uso que además ha llevado a nuestro sistema actual a entenderla como un producto más en lugar de, lo que en realidad es, un recurso natural necesario para cualquier forma de vida.
Por nuestra propia experiencia y las sensaciones que vivimos, sabemos o intuimos que sus cualidades son infinitas. Un ejemplo podrían ser las tranquilas aguas de un estanque que invitan a la contemplación o el relajante sonido de las olas del mar. Sin embargo, aunque estamos preparados para escuchar el idioma del agua aún somos incapaces de entender su lenguaje, su esencia más profunda. Estamos ante un elemento, un ser vivo, una criatura misteriosa que, a pesar de tener millones de años, rejuvenece a cada instante y nutre toda forma de vida ya que tiene la capacidad de transformar, unir y captar tanto elementos físicos como energías sutiles a nivel físico, emocional y espiritual.
Motivos más que suficientes para relacionarse con ella, desde el respeto, la gratitud y el agradecimiento que se merece…